Como cada diciembre, el Cementerio Municipal de Avellaneda vuelve a convertirse en punto de encuentro para los seguidores de Luca Prodan, en un homenaje que se repite año tras año, lejos de los actos oficiales y cerca del corazón del rock. Allí, en la ya mítica “Roca” o “La Piedra”, fanáticos de distintas edades se reúnen para recordarlo, compartir música, anécdotas y sostener un ritual popular que atraviesa generaciones.

Aunque Luca vivió sus últimos años en la Ciudad de Buenos Aires, sus restos descansan en Avellaneda. Según relatan quienes conocen la historia, en un primer momento se evaluó su entierro en el cementerio de la Chacarita, pero distintos inconvenientes legales hicieron que finalmente fuera trasladado al otro lado del Riachuelo, al Cementerio Municipal de Avellaneda.

En un comienzo, Luca tuvo una tumba común. Años más tarde, ya entrados los años 90, su familia tomó una decisión que terminaría marcando para siempre este homenaje popular. Fue entonces cuando su hermano Andrea Prodan, que comenzó a vincularse nuevamente con la Argentina y luego se radicó en el país, impulsó la idea de inhumarlo bajo una gran roca traída desde Nono, en el valle de Traslasierra, el primer lugar donde Luca se instaló apenas llegó al país. Desde entonces, esa piedra se transformó en un símbolo, un monumento y una parada obligada para quienes visitan el cementerio.


Multimedio En La Mira dialogó con algunos de los presentes. Elena, vecina de Avellaneda, explicó el sentido profundo de estos encuentros:
“Luca nos une. Gracias a él conocí mucha gente copada que siente lo mismo. No es algo de moda ni masivo, es genuino. Somos una comunidad”.
Elena destacó la autenticidad del líder de Sumo:
“No tenía careta, no era materialista. Fue sincero, con todos sus demonios. No sacó tantos discos y, sin embargo, casi 40 años después lo seguimos recordando. Eso dice todo”.
Otra de las voces fue Lisa, fanática desde la infancia, quien puso en palabras un sentimiento compartido por muchos:
“Desde niña me sentí identificada con las canciones de Sumo. Crecí escuchándolas y de adolescente fui conociendo la vida de Luca. Me fascinó que, sin ser argentino de nacimiento, tuviera ese gen que nos hacía sentir identificados. Siempre lo sentí parte del conurbano, porque en sus letras describía el sentir de los barrios”.
Lisa también resaltó el valor humano del ritual:
“Vengo ininterrumpidamente a visitarlo a su morada final en Avellaneda y se fue formando una pequeña pero hermosa comunidad. Compartimos música, abrazos, historias y este amor sin límites por el eterno Luca. Hasta en eso es mágico: sigue uniendo gente”.

Entre los recuerdos también apareció la voz de Jorge, quien evocó el último recital de Luca con Sumo, el 20 de diciembre de 1987 en el Club Atlético Los Andes, en Lomas de Zamora:
“Estaba muy flaco, muy pálido. Cuando dijo ‘ahí va la última’, hoy lo pienso como algo premonitorio. Dos días después lo encontraron muerto. Eso no se borra”.
Luca Prodan falleció el 22 de diciembre de 1987, pero su legado sigue vivo. En cada visita a esa roca traída desde Traslasierra, en cada canción compartida y en cada encuentro espontáneo, el espíritu de Luca vuelve a hacerse presente.
Porque Luca no es pasado.
Luca sigue siendo encuentro, identidad y rock.
