En Avellaneda hay barrios donde las cosas pasan, pero nadie se hace cargo. Y Villa Corina es el ejemplo perfecto: torres que se llueven, cañerías reventadas, balcones destruidos y vecinos que viven más pendientes del balde que del despertador. Mientras tanto, en los escritorios oficiales, la palabra “control” parece borrada del diccionario.

Para ponerle nombre y apellido a esta historia, hablamos con Norberto Benítez, vecino de la Torre 18, uno de los que desde hace más de 15 años viene golpeando puertas que nunca terminan de abrirse.

LOS PROBLEMAS QUE NADIE QUIERE VER

Norberto lo dijo clarito: las torres tienen problemas estructurales graves. Caños podridos, bajadas colapsadas, filtraciones tóxicas en baños y balcones que están tan deteriorados que un día van a terminar abajo sin aviso previo.

Hace años que los vecinos piden algo básico: que antes de pintar por afuera, el Municipio y la Provincia miren lo de adentro. Pero no. Primero vinieron las licitaciones “generales” para maquillar el frente. Y después, el caos.

“Tenemos una vecina que le dejaron el baño abierto, el piso cortado, el pleno roto, todo sin terminar. No sabemos si van a volver”, contó Norberto. Y la palabra clave es esa: incertidumbre. Nadie les dice nada.

15 AÑOS DE EXPEDIENTES, FOTOS Y PROMESAS

Los vecinos no son improvisados. Presentaron documentos en la Defensoría del Pueblo, informes de habitabilidad, estudios, fotos, carpetas completas. El expediente podría competir con la colección de enciclopedias de cualquier biblioteca.

Pero las soluciones nunca llegan.

Y cuando finalmente aparece un proyecto de “puesta en valor”, no incluye lo básico. Es como cambiarle la funda al sillón cuando la casa está prendida fuego.

LANDABURU Y LOS VECINOS: LO QUE SE HABÍA PLANTEADO

Cuando mencionan “Fernando”, hablan de Fernando Landaburu, ex concejal radical, uno de los pocos que en su momento planteó un proyecto para mejorar posturas, reorganizar consorcios y ordenar la convivencia en las torres. No para la foto: para que la gente viva un poco mejor.

Pero el Municipio prefirió hacer oído sordo. Y la Provincia, que financió las obras, tampoco aparece a controlar si lo que licitaron realmente se hizo.

LA VIDA COTIDIANA: VIVIR EN EL LIMBO

El problema no es solo burocrático. Es cotidiano, duro y agota.

Ascensores que funcionan cuando quieren. Bombas de agua que se rompen. Cuotas de luz que se pagan como se puede. Vecinos que se turnan para “coordinar” la torre porque nadie se hace cargo. Consorcio no hay. Reglamento no hay. Control no hay. Lo que sí hay: conflictos, discusiones y desgaste.

“Hay torres organizadas y torres imposibles”, dijo Norberto. Sin reglas, sin orden y sin una autoridad que meta mano, cada uno sobrevive cómo puede.

LAS PROMESAS QUE NUNCA SE CUMPLEN

Los vecinos recuerdan perfecto: promesas de títulos de propiedad, promesas de control, promesas de un camioncito municipal que iba a supervisar obra por obra. No llegó nada. Ni el camioncito.

Mientras tanto, en el Concejo Deliberante, se discuten homenajes y beneplácitos. Hermoso. Pero los vecinos siguen con techos que llueven y paredes que se caen.

LA REALIDAD: LA GENTE ESTÁ CANSADA

Norberto lo dijo con una claridad demoledora: “Queremos vivir mejor, no molestamos a nadie. Solo pedimos que cumplan la función para la que están”.

Y tiene razón. Los reclamos tienen 15 años. Las obras tienen financiamiento. Los expedientes existen. Los funcionarios también. Lo que no existe es la decisión política.

Los vecinos no quieren quilombo. Quieren una torre que no se llueva, un baño que no gotee químicos, un ascensor que llegue al piso, una bomba que funcione. Lo mínimo.

UNA ADVERTENCIA PARA 2027

En el programa lo dijimos y los vecinos lo escuchan: no subestimen a la gente. No son boludos, no son nenes, no son distraídos. Ven todo y toman nota. Y después, cuando llega la urna, los sorprendidos son otros.

Si en 2027 aparecen caras largas porque no votaron “la continuidad del proyecto”, habrá que revisar esto: la vida real de los vecinos.

LA VOZ DEL VECINO ESTÁ PARA ESO

Para contar lo que otros tapan. Para poner al aire a los que viven en condiciones que ningún funcionario aguantaría un día. Para recordarle al poder que las torres, aunque sean provinciales, están llenas de familias que pagan impuestos, trabajan, estudian, se enferman y pelean por vivir dignamente.

Y si las autoridades no toman nota, el vecino se organiza solo. No sería la primera vez.


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