En Avellaneda venimos hablando del tema ambiental desde la hora cero. Domínico, Inflamable, Sarandí con Trieco, el olor que te quema la garganta a las tres de la mañana, los pescadores encontrando peces muertos, los vecinos acumulando diagnósticos de cáncer como si fueran figuritas repetidas. La historia es siempre la misma: empresas poderosas, silencio oficial, medios que miran para otro lado y laburantes que ponen el cuerpo.

Esta vez, la que decidió poner la cara y contar lo que nadie cuenta es Analía Portillo, trabajadora despedida de Shell en Villa Inflamable. Despedida por denunciar, despedida por hablar, despedida por no agachar la cabeza. Y lo hizo con una claridad que incomoda a más de uno.

Analía explicó lo que siempre sospechamos: lo que pasa dentro de la refinería no lo sabe nadie, salvo los que laburan ahí adentro, respirando químicos todos los días mientras afuera los vecinos creen que “está todo bien”. Según contó, las pérdidas de hidrocarburos, catalizadores y solventes son constantes, pero en los papeles declaran apenas una fracción. Mil litros que desaparecen se transforman mágicamente en “diez tambores de doscientos”. Y el resto, al aire, al suelo, al río.

Habló también del agua que consumen adentro. No es apta para tomar, no es apta para lavarse los dientes, ni siquiera para bañarse. Pero igual la usan porque es lo que hay. Lo que no hay es información. Adentro reina la desinformación, afuera la mentira. Una combinación explosiva, literalmente.

Confirmó lo que nosotros denunciamos durante veinte años: animales muertos, vecinos con enfermedades, incendios que nunca se explican del todo, pérdidas que no se declaran, aprietes a los trabajadores y empresas tercerizadas haciendo tareas peligrosas sin preparación. El cóctel perfecto para una tragedia. Y aun así, cuando uno pregunta, la respuesta siempre es la misma: “No la podemos sacar porque da trabajo”.

La pregunta verdadera es otra: ¿a qué precio?

Los trabajadores de Shell no solo se enferman: mueren jóvenes. Analía contó casos de compañeros que se jubilaron y a los meses fallecieron. Contó que los análisis toxicológicos internos “no muestran nada”, mientras la realidad muestra todo. Contó que hay mujeres que renuncian por acoso o por no poder seguir un tratamiento de fertilidad en un ambiente tóxico. Contó que echaron a trabajadores con licencia médica, enfermos, lesionados, y que el sindicato mira para el techo.

La empresa terceriza tareas gravísimas en manos de laburantes de UOCRA que cobran dos mangos y no saben que están tocando veneno puro. Mientras tanto, los de arriba se llenan los bolsillos. Y cuando algo explota, la culpa es de “un desperfecto”.

Analía fue despedida dos veces por denunciar. Diez trabajadores afuera. Cuatro hoy luchando por la reincorporación. Todos con miedo. Pero aun así salió a hablar para advertir a los vecinos lo que pasa adentro de la destilería que, según los políticos de turno, “no se puede tocar porque da miles de empleos”. Una mentira repetida tantas veces que muchos la creen.

Esta tarde a las 18, en Plaza Alsina, los trabajadores convocan a los vecinos para visibilizar la contaminación, los despidos injustificados y las condiciones laborales. No por política. No por conveniencia. Por salud. Por vida. Porque lo que respiran ellos es lo mismo que respiramos todos según sople el viento.

Lo de Analía no es una nota más. Es la confirmación de que durante años nos dijeron que exagerábamos, y que lo que denunciábamos era cierto. Que los animales no se mueren solos. Que los peces no aparecen panza arriba por arte de magia. Que los vecinos no se enferman porque sí. Y que la antorcha que vemos desde Wilde, Sarandí o Lanús no escupe “vapores inofensivos” como dicen los comunicados oficiales.

Es hora de que la política local diga qué va a hacer con Shell y con Rizen. Basta de frases hechas. Queremos saber cómo piensa Avellaneda proteger a sus vecinos, no a las empresas.

Porque la vida no puede ser negociable. No podés hipotecar un barrio entero para que veinte firmen contratos millonarios. No podés tapar el olor a solvente con pauta oficial.

Nuestra solidaridad con Analía Portillo y con todos los laburantes que hoy se plantan y dicen basta.

Esto es simple: si ellos callan, nosotros hablamos. Y si ellos aprietan, los vecinos acompañamos.

La Voz del Vecino está para eso. Para que la verdad se escuche donde no quieren que se escuche.

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