En Avellaneda la doble moral hizo explosión, literalmente. Durante el banderazo de los hinchas de Racing en el estadio, se vivió una lluvia de pirotecnia sonora que no solo estremeció los oídos, sino también el sentido común. Todo esto, pese a que la Ordenanza Municipal Nº 27.773 prohíbe expresamente la fabricación, venta y uso de pirotecnia sonora en el distrito.
La norma no es un capricho: busca proteger a personas con autismo (TEA), adultos mayores y animales del impacto que provocan los estruendos. Pero en Avellaneda parece que las leyes valen solo para algunos. Cuando el ruido lo hacen los hinchas, el municipio mira para otro lado.
La noche del banderazo se convirtió en un tormento para cientos de vecinos. Hubo una catarata de llamados al 911 por ruidos molestos, mascotas que escaparon despavoridas y terminaron atropelladas en avenidas como Belgrano, Mitre y Colón, además de adultos mayores que sufrieron crisis nerviosas. En varios barrios, el aire se llenó de explosiones que hicieron temblar ventanas y corazones.
El intendente Jorge Ferraresi, tan rápido para hablar de inclusión, esta vez optó por el silencio y la vista gorda. No hubo controles, sanciones ni presencia del municipio.
Y los vecinos, una vez más, quedaron atrapados entre la impunidad del ruido y la indiferencia oficial.
La pregunta que queda flotando es inevitable:
¿de qué sirve tener ordenanzas si nadie las hace cumplir?
En La Voz del Vecino, lo decimos sin anestesia:
en Avellaneda, jugar con fuegos artificiales sigue siendo una trampa sonora para los que menos pueden defenderse.
