Por Marcelo Brunwald – La Voz del Vecino
Mucho ruido político, muchas operaciones y, sobre todo, mucha soberbia comunicacional. Así se podría resumir la última semana del gobierno libertario, con José Luis Espert en el ojo del huracán por el escándalo del supuesto cobro de fondos de un empresario ligado al narcotráfico.
A ver —hablando claro—, la historia es vieja. El gobierno ya sabía de esos pagos, pero eligió el peor camino posible: ocultar. Y en comunicación, ocultar es mentir. No lo digo yo, lo sabe cualquier vecino. Si te preguntan algo y das vueltas, la gente ya te condena. Y eso fue exactamente lo que pasó con Espert: en lugar de salir a explicar rápido y de frente, dejó que el tema creciera, que los medios se lo comieran vivo, y que Milei quedara salpicado.
Porque si vos sos candidato a presidente —no concejal de barrio—, no podés desconocer con quién te sacás una foto o de quién cobrás un cheque. Menos si el tipo tiene antecedentes de narcotráfico. ¿Cobraste por un laburo? Perfecto, decilo. Pero no te hagas el distraído, porque cuando el periodista insiste y vos esquivás la respuesta, el vecino percibe otra cosa: que estás mintiendo.
Y Milei, en lugar de apagar el incendio, lo agrandó con su estilo de siempre. “No tengo que dar explicaciones”, dijo. Error. En política, todo se explica. Hasta la hora en la que vas al baño si sos funcionario. La soberbia es el peor enemigo de la comunicación.
Mientras tanto, la oposición aprovechó el silencio libertario y lo amplificó. Graboís, con una operación de manual, desempolvó una historia vieja y la disfrazó de novedad. El resultado: una semana completa hablando de “Espert y la falopa”. Y en el barro, cuando te quedás callado, perdés.
Pero no todo fue caos para el gobierno. En paralelo, Milei y Patricia Bullrich presentaron el nuevo Código Penal, y ahí apareció una imagen que les dio aire: la foto con Oscar Chocobar, el policía que defendió a un turista y a tres vecinos en La Boca. Un tipo de carne y hueso, héroe sin uniforme de película, al que muchos del progresismo le dieron la espalda.
Yo lo conozco. Lo banqué desde el minuto cero, cuando todos se le corrieron. Cuando los mismos que cobran de la política lo dejaron solo. Chocobar es de Avellaneda, un vecino más, un tipo que puso el cuerpo donde otros ponen excusas. Y verlo al lado del presidente fue un gesto fuerte: un mensaje claro, sin palabras, de que hay que volver a bancar a los que nos cuidan.
Y sí, lo digo sin vueltas: si yo fuera jefe de campaña de Milei, pondría a Chocobar en la primera línea. Que recorra los barrios, que camine el conurbano, que le hable a la gente que vive con miedo. Porque mientras el kirchnerismo se victimiza con los delincuentes, la calle pide otra cosa: seguridad, orden y verdad.
Por eso, más allá del papelón de Espert, la lección es clara. En política no se puede pecar de ingenuo, ni de soberbio. Si te equivocás, lo admitís. Si cobraste, lo explicás. Y si sos distinto, lo demostrás con hechos.
El problema no fue el dinero. Fue el silencio.
Y ese silencio —en comunicación— se paga caro.