Desde su infancia marcada por la pérdida, la lucha barrial y la resiliencia familiar, Claudia encontró en el deporte y en la producción artesanal de vino una forma de reconstruirse y ayudar a otros. Vecina de la Costa de Sarandí, entrena seis veces por semana, organiza eventos culturales y promueve el atletismo como herramienta de inclusión. Su historia es también la de una comunidad que resiste, se organiza y defiende su identidad.
De Capital a Dominico: una mudanza con historia
Claudia nació en Capital Federal. Su padre, Alfredo Ortiz, comerciante y dueño de pensiones, falleció cuando ella tenía apenas cuatro años. La familia se trasladó a Villa Dominico, donde comenzaron una nueva etapa marcada por el esfuerzo y la solidaridad. “Mi mamá fue una luchadora. Quedó sola con muchos chicos y nos llevó adelante como pudo”, recuerda.
La infancia estuvo llena de travesuras y juegos en la calle. “Jugábamos a la rayuela, al elástico, a la soga. Nos hacíamos carritos y corríamos por la vereda. No era ese peligro que hoy vivimos tras las rejas de seguridad”.
El almacén, el río y la lucha barrial
La vida en Dominico también estuvo marcada por el trabajo familiar. “Teníamos una despensa grande, la más grande del barrio. Estaba en el acceso y Washington. Venían de todos lados. Se vendía con libreta, con papelito, azúcar, galletas… era la infancia”.
Pero también recuerda el abandono y la resistencia. “El acceso no estaba hecho, estaba en obras. Me acuerdo que las mujeres del barrio se tiraban al suelo para impedir que volcaran camiones con basura. Mi mamá fue una de ellas. Se juntaban para que no se hiciera la quema. Era todo lleno de moscas, caminábamos entre los desechos”.
El río era parte del paisaje cotidiano. “Los árboles costeros estaban llenos de pájaros. Yo me metía al agua, me encantaba. Cortábamos cañas y pescábamos ranas. Era lo que había”.
Familias que marcaron la identidad de la costa
Claudia menciona con orgullo a las familias que construyeron la identidad de Villa Dominico: “Los Paisán, los Mingrone, los Simonsini, los Cereceto. Todos dejaron huella. Era como una selva, pero también una comunidad de gente buena, trabajadora, solidaria”.
También recuerda cómo se trataba la discapacidad en otras épocas: “Antes se ocultaba. Tener un hijo con discapacidad era visto como una falta. Hoy cambió, pero hay que seguir luchando. La Clínica Francesa fue pionera en eso, con el doctor Francia. Hay que hablar de todo”.
El vino patero: tradición y resistencia
Además del deporte, Claudia mantiene viva una tradición familiar: la producción de vino patero. “Lo hacemos artesanal. Hace 17 años que traemos uvas de Mendoza. Tenemos contactos con familias que producen en pequeña escala. Les compramos directamente, sin intermediarios”.
El proceso es cuidado y sin químicos. “Usamos tanques de mil litros, hacemos la maceración, filtramos y guardamos. No usamos conservantes. Es todo lo más natural posible. La factorización es clave, y seguimos aprendiendo. El estudio nunca te quita de aprender”.
Cultura popular y eventos comunitarios
La vida cultural en la Costa también tiene su lugar. “Hace tres semanas vinieron unos profes de religión, tocaron tango y milonga. Fue muy lindo, a la gorra. Y ahora, el domingo 10 de agosto, a las 15 horas, hacemos un cuartetazo. Vienen de Moreno. Invitamos a todos, les damos algo para picar y un traguito de vino. Es para compartir”.
Claudia destaca que “la gente no nos conoce, pero cuando vienen, se quedan. Nos visitan desde Italia, Canadá. Quieren hacer programas. Pero siempre con un fin bueno: conservar la historia, mantenerla, que la gente venga, se distienda y sea bien atendida”.
El atletismo como refugio y motor
Desde muy chica, Claudia se vinculó al deporte. A los cuatro años ya corría detrás de la camioneta de su padre. Su pasión por el atletismo se consolidó gracias a un profesor de escuela pública que la llevó por primera vez al predio de Santo Domingo. “Fue como un padre para mí. Me enseñó el amor por el atletismo. Me regaló unas zapatillas Adidas que cuidaba solo para competir”.
Entrena seis veces por semana, incluso en días de lluvia o frío. “No hay que pensarlo, hay que salir. Una vez que salís, ya está. A veces me cuesta por los horarios, pero lo hago igual”.
El futuro de la costa: entre el cemento y la memoria
Claudia reflexiona sobre el crecimiento urbano: “Vamos a paso agigantado. Se termina el cemento. Pero no me parece que tenga que ser todo cemento. Hay que conservar la esencia. Este lugar es envidiable. Hay que cuidar lo que tenemos”.
También señala la necesidad urgente de infraestructura básica: “Hace falta agua potable. Vienen grupos a correr, me piden agua y yo tengo botellas que conservo para nosotros. No se trata de venderle el agua a la gente. Es una necesidad. El canal de Sarandí está contaminado. El tendido es industrial. Para nosotros es imposible. Pero creo que va a llegar. No sé a quién corresponde, pero vamos por eso”.
Un mapa de pertenencia
Para quienes no conocen la zona, Claudia ubica con precisión la Costa de Dominico: “Comprende desde Sarandí hacia el sur de Avellaneda, bordeando el río. Es nuestra costa, nuestra historia”.