Desde Villa Corina, en Avellaneda, Marcelo Martínez lleva adelante Granja Marcelito, un emprendimiento que es mucho más que un comercio: es un punto de encuentro, de trabajo digno, de afecto y de solidaridad. Pero su historia comienza mucho antes, marcada por dos personas claves en su vida: sus padres, Justo Martínez y Miguelina Bogado.

“Mi mamá tenía un almacén en el barrio. Era muy querida, cálida, cercana. Tenía esa manera de atender que hoy intento replicar. Creo que de ella heredé el amor por el comercio, por estar siempre para el otro”, cuenta Marcelo con emoción. Su papá también le enseñó con el ejemplo lo que era el trabajo duro y el compromiso con la comunidad.

Sin embargo, la vida le puso una prueba muy dura: a los 10 años quedó huérfano. “Eso me empujó a salir adelante, a no bajar los brazos nunca más”, dice. Desde entonces, trabajó en panaderías, pizzerías, y aprendió oficios que luego consolidaría en su propio negocio.

Hoy, Granja Marcelito abre de 10 a 22 h todos los días y ofrece desde carnes y pescados hasta platos elaborados. Pero más allá de lo que se vende, el secreto está en el cómo: limpieza impecable, atención cuidada y cercanía con el vecino. “Lo primero que enseñamos es el respeto. Los guantes, el gorro, el delantal… eso habla del trato que damos”.

Lo que Marcelo no suele contar públicamente es que colabora con comedores del barrio y recientemente realizó una donación al Colectivo Solidario de Avellaneda, un grupo de vecinos que cocina comida caliente para personas en situación de calle. “No se trata de mostrar, sino de estar. Si se puede ayudar, se ayuda”, resume con humildad.

A su lado, están sus afectos de siempre: su pareja y compañera Nadia (“quien me acompaña en varias tareas, desde la casa, pero tambien con cuestiones del negocio, Gracias a DIos”), su hijo Esteban tambien colabora como un empleado ejemplar más, y su equipo cotidiano: Agustín, Micaela, Magalí, Bianca, a quienes agradece por acompañarlo en el día a día. También están los personajes del barrio como PastelitoCamila, quien lo convenció de grabar algunos videos para mostrar el trabajo que hacen. “Queremos mostrar más, aunque a mí me cueste salir en cámara”, dice entre risas.

En su mesa familiar se habla de todo, incluso de radio: “Mis hijos opinan de todo. Les gusta escuchar, charlar, aprender. Almorzás con ellos y no sabés si estás en casa o en un programa de debate”.

Marcelo no solo honra a sus padres con su historia, sino también con sus actos. Granja Marcelito es, en definitiva, una forma de devolverle al barrio todo lo que la vida le fue dando. Porque como él mismo dice, “el trabajo, cuando se hace con respeto y con el corazón, transforma realidades”.

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