"VIVENCIAS". Obra del escritor Antonio Villamayor"VIVENCIAS". Obra del escritor Antonio Villamayor

Si te digo que es una de las capitales más cercana al sol ¿me creerías?, ¿y si te comento que es el único lugar donde puedes poner un pie en el hemisferio norte y otro en el hemisferio sur?  Bueno, sea como sea creo que estos temas pueden llegar a llamar tu atención. Pero lo que capaz no conocías es que en sus 2.850 metros sobre el nivel del mar Quito es una vivencia única.

Llegué a la capital del Ecuador en un vuelo de la entonces llamada Ecuatoriana de Aviación. Sólo sabía de su existencia por los libros de geografía, que era la línea que dividía el mundo en dos hemisferios, que alguna vez fue nombrada por Unesco como Primer Patrimonio Cultural de la Humanidad, pero nunca imaginé que vivir en ella sería experimentar las virtudes de su clima primaveral todo el año, de su asombrosa riqueza natural, del colorido de sus comunidades autóctonas, del sabor de sus comidas típicas y sobre todo del entusiasmo de su gente en el bregar de cada día.

Tuve que aclimatarme a la altura quiteña; me explicaron que mi cuerpo tiene que producir una importante cantidad de glóbulos rojos para sobrellevar esa falta de aire. Una vez recuperado el equilibrio sanguíneo salí a recorrer el Centro Histórico que, según dicen, es sin igual ya que las construcciones coloniales se remontan a los tiempos de la llegada de los españoles, a partir de 1534. Hoy, por medio de edictos municipales, mantiene su valor histórico y arquitectónico, sus casas son blancas, con puertas y ventanas azules, tejas rojas y marrones, balcones amplios y floridos, sin tantos carteles sobre las veredas, muchas ribetes comerciales realizados artesanalmente en hierro forjado sobre algunos negocios, calles angostas que en cada esquina mantienen el aroma heredado de villas ancestrales, de adoquines inmemoriales gastados, pulidos por el tránsito de añejos carruajes desde aquellos tiempos cuando los conquistadores edificaron la ciudad -sobre la tierra de los nativos Quitus- repartiéndoselas entre ellos.

Mientras tenía aire suficiente en los pulmones fui en búsqueda de la muy mencionada Calle de las siete cruces. En la historia se menciona que los conquistadores levantaron el mayor número de iglesias para “incentivar la religión y atenuar las creencias de los indígenas”, quienes se apostaban en las afueras de los templos para tratar de entender la misa. Son siete cruces de piedra, que fueron colocadas durante décadas y siglos en la entrada de iglesias y conventos. Es más, la calle de las siete cruces -que hoy lleva el nombre de García Moreno en homenaje a un presidente que fue asesinado en 1875 justo en esa calle- se fue perfilando conforme se rellenaban varias quebradas, es así que de norte a sur se aprecia en un extremo el Cerro del Panecillo -antiguo templo indígena dedicado al sol- y al otro lado el barrio de San Juan -antiguamente el templo de la luna-; la primera cruz se encuentra en la capilla esquinera del Hospital Psiquiátrico San Lázaro, que en la era republicana acogía a personas huérfanas; cruce la calle Rocafuerte y encontré a segunda cruz, en el tradicional Arco de la Reina que, según me comentó un conocido, su edificación con cal y canto data de 1726 y veo que está sostenida por dos pilares en un extremo y un sócalo de piedra en la base; la tercera cruz está en la fachada de piedra de la puerta de la iglesia de la Compañía de Jesús, que es de estilo barroco y según leí muestra una combinación del trabajo con el de escultores y arquitectos europeos, realizada entre 1605 y 1690; el camino es cansador y la hora indica la verticalidad del sol sobre mi cabeza pero vi la cuarta cruz en el ingreso a la iglesia El Sagrario, cerca de la calle Espejo que fue construida en 1699 en sus paredes se registran momentos históricos y memorables de esta ciudad, como la proclamación de la Independencia de la República, en 1809. La Catedral Metropolitana tiene la quinta o Cruz Mayor desde 1572; sigo caminando, empiezo a transpirar y cierto mareo me invade por efecto de la altura, pero sigo y en la esquina de la calle Chile me encuentro con la sexta cruz en los muros de la iglesia La Inmaculada. Finalmente, la séptima cruz situada en la calle Manabí en la iglesia Santa Bárbara, me deja un dato interesante, su construcción es de 1550 y es una insignia de la lucha del pueblo quiteño.

Fue una gran experiencia descubrir uno de los cascos coloniales más grandes y mejor preservados de América y la joya urbana que motivó aquella declaración de la Unesco: el Centro Histórico. Quito tiene mucho dinamismo en su gente, una población que se caracteriza por amalgamar habitantes de pueblos originarios -con sus típicos atuendos, sus coloridas artesanías, sus creencias ancestrales- con la revolución de lo moderno. En definitiva, conocí un pueblo emprendedor y hermoso, un lugar donde confluye la vida cotidiana de sus habitantes, comerciantes, devotos religiosos, turistas, funcionarios públicos y muchos más. Y, si pueden ir, vayan…no se arrepentirán

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