Entrevista a Alberto Eloy, marroquinero de la Feria de los Pájaros de Villa DomínicoEntrevista a Alberto Eloy, marroquinero de la Feria de los Pájaros de Villa Domínico


Entrevista a Alberto Eloy, marroquinero de la Feria de los Pájaros de Villa Domínico

“Yo soy de Sarandí, de toda la vida, al lado del Hospital Perón”, arranca Alberto Eloy, con esa mezcla de orgullo y nostalgia que solo tienen quienes vieron transformarse su barrio desde adentro. Desde hace más de 25 años, Alberto tiene su puesto de marroquinería en la Feria de los Pájaros de Villa Domínico, un universo que cada domingo cobra vida entre calles, pasillos y recuerdos.

“Acá somos más de dos mil feriantes. Hay de todo: ropa, herramientas, libros, comida. Yo vendo carteras y cinturones. Pero más que vender, uno viene a encontrarse con la gente”, explica. Y enseguida aclara: “Esto no es cualquier feria. Tiene su historia, sus reglas, su identidad”.

Alberto rememora cómo el barrio solía respirar comunidad: “Se cortaba la calle para bailar, se sacaban las mesas a la vereda, se tomaba mate con el vecino. Hoy la gente anda con la cabeza agachada mirando el celular. Antes saludabas, hoy ni te miran”.

Pero si algo no ha cambiado, dice, es la pelea diaria del feriante. “Este trabajo no es para cualquiera. Hay que tener vocación, como el médico o el docente. Hay que levantarse de madrugada, armar el puesto, estar con la mejor cara aunque haga frío o no vendas nada”. Y agrega con convicción: “Al cliente hay que invitarlo con un ‘buen día’, con respeto. Aunque no compre, merece atención”.

La realidad del rubro es compleja. Eloy diferencia: “La feria de los pájaros no es lo mismo que la de regalos o la franca. Algunas son más exigentes, otras más tranquilas. Los permisos varían, y no todos tienen claro cómo funciona. Hay gente que cree que esto es informalidad, pero también hay reglas, controles, compromisos”.

Sobre la competencia con otros polos comerciales, lanza: “No es fácil. Hoy tenés los shoppings, los marketplaces, La Salada… me contaron que allá va más de un millón y medio de personas. ¿Cómo hacés para pelear contra eso, si encima hay cada vez más requisitos para laburar y menos apoyo?”

Y en medio de la inflación, la incertidumbre y la necesidad de reinventarse, Alberto no baja los brazos: “Hay que buscar precios, equilibrar, mirar tranquilo. Pero también invertir un poco, ponerle onda al puesto. Yo tengo cartelería, me ubican fácil. Estoy en la arteria principal, soy el único con ese cartel. El puesto se llama Marroquinería Eloy. Si querés regalarle algo a papá, una billetera, una riñonera, un bolsito, venite. Siempre hay algo lindo para llevarse”.

Con una sonrisa, cierra: “Esto es mucho más que vender. Es una forma de estar, de resistir. A mí me encanta. Me mantiene fresco. Y también trato de educar, de pasarle valores a mis sobrinos. Porque si no, ¿qué futuro les queda?”

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