Oscar Rodríguez y una mirada desde la trinchera sobre la gestión local
Oscar Rodríguez sabe lo que es ganarse el respeto en la calle. Exdelegado municipal de Avellaneda durante más de una década, sigue siendo saludado y recordado con afecto en cada café de Wilde. En una charla con La Voz del Vecino, hace un repaso de su trayectoria y deja una propuesta clara: “Ferraresi tendría que volver a poner las delegaciones municipales”.

Su recorrido arranca desde abajo, desde los 12 años, cuando empezó como albañil por necesidad familiar. Esa experiencia lo acompañó toda la vida: “Lo único que me falta es saber colocar cerámicos. Después, todo lo demás lo hice. Y eso me ayudó mucho en la gestión”, dice con una sonrisa. En 2003, fue convocado por “Cacho” Álvarez y comenzó a trabajar codo a codo con Ricardo Ambrosio, subdelegado de Wilde. “Con Ricardo hicimos una dupla bárbara. Éramos un camión, una camioneta y toda la voluntad del mundo”, recuerda.
Rodríguez no se guarda elogios para ese equipo inicial que armó con planes sociales y vecinos comprometidos. “Había que buscarle la vuelta. Si no venía el camión, veíamos con qué otro nos arreglábamos. Levantar ramas, sacar basura, resolver lo urgente: eso era el día a día”. Siempre con una consigna clara: estar en la calle, dar la cara, poner el cuerpo.
“Yo me hice los ojos y los oídos del intendente. Y en esa época, también los brazos. Hoy las bases operativas levantan la basura, pero no tienen llegada real con el vecino. Antes, todo pasaba por ahí”, explica. Para él, el problema no es la tecnología, sino la falta de escucha: “Las maquinitas, los teléfonos, todo bárbaro. Pero si no escuchás al vecino, no resolvés”.
Lo suyo era ir casa por casa: “Si te pedían una poda, pasabas por la tarde. Si lo podías hacer, lo hacías. Y si no, se derivaba. Pero el vecino sabía que no le estabas mintiendo”. Esa confianza, dice, no se construye con planillas: se construye en la calle.
También recuerda las inundaciones en zonas críticas de Wilde, como en la cancha de Biturro: “El agua subía más de un metro. Yo le decía a la gente de Obra Pública: rompan las paredes de contención. Si no lo hacés, es un desastre. Y cuando rompieron, el agua se fue enseguida”.
No usa redes, no responde mensajes, y ya está jubilado, pero sigue vinculado al barrio: “Salgo, veo basura, llamo. Conozco la calle, tengo memoria. No puedo quedarme quieto”. Su esposa, que lo acompañaba los domingos como su secretaria informal, también sigue atenta. “Vamos a dar una vuelta el fin de semana y ya sabemos qué hay que mover el lunes”, cuenta entre risas.
Y cierra con una reflexión tan simple como poderosa: “Yo no quería ser diputado ni concejal. Quería resolverle las cosas a la gente. Y si la gente todavía se acuerda, algo bien hicimos”.
