En La Voz del Vecino arrancamos la mañana recordando que el 8 de diciembre no es solo una fecha del calendario: es uno de esos días que todavía nos devuelve a la infancia. Día de la Virgen, día de armar el arbolito, de sacar el pesebre, de renovar la esperanza aun cuando las sillas vacías pesan un poco más.

Y en medio de esta mezcla de noticias, rutina y actualidad que nunca afloja, me pareció necesario volver a lo simple, a lo que nos hacía familia, barrio, comunidad. Por eso llamé a una amiga, colega y vecina que tiene memoria de sobra y un corazón enorme: Marta Elisa Farías, periodista, escritora, locutora y parte viva de la historia de Wilde.

Marta, que hace poco cumplió 80 años, me regaló un audio inolvidable. Un viaje directo a las Navidades y fiestas del Conurbano cuando todo era más lento, más cercano y más humano.

Nos contó cómo vivía el 8 de diciembre cuando era chica: la emoción por la comunión, el respeto, la misa con el padre Komachi, los chicos esperando en la vereda para subirse a ese viejo Forté que el cura manejaba con una sonrisa y dos perros escoltándolo por la iglesia. Era un tiempo donde el barrio era una familia organizada y la fe una parte natural de la vida.

Recordó las comuniones con vestidos blancos, medallitas de plata, estampitas bendecidas, el orgullo de cumplir los cuatro domingos de misa. Recordó el patio con frutales, la tranquera abierta para jugar, las hermanas del San Ignacio y la parroquia del Carmen repleta de gente un 8 de diciembre.
Un cuadro que hoy solo existe en la memoria de quienes lo vivieron.

Después llegó la Navidad. La misa de gallo, la calle de tierra llena de vecinos abrazándose después de las doce, los chicos jugando abajo del farol, los brindis con los abuelos, los tíos, los primos, los vecinos de toda la vida. El lechón hecho por el padre, la parra que era techo de fiesta, las estrellitas, las bengalas, los cohetes cuidados por los grandes.
Todo sano, todo simple, todo inolvidable.

Marta también relató el Año Nuevo: la radio contando la cuenta regresiva, las lágrimas naturales del abrazo, las campanas de la parroquia, la copa de sidra, el pan dulce, las nueces, y después la otra tradición hermosa: todos disfrazados bailando hasta la madrugada. Incluso el que no tenía pareja encontraba siempre cómplice: aunque fuera la escoba.

Y claro, también habló de lo que se perdió. De las puertas abiertas que ya no se pueden dejar abiertas, de la inseguridad, de los vecinos que se fueron, de los edificios nuevos que borraron casas centenarias, de la modernidad que avanzó sin pedir permiso.
Pero aun así, Marta no pierde la fe. Porque para ella la Navidad siempre fue y será esperanza: un día más de vida, un día más para agradecer.

Cuando terminó su audio, solo pude decir gracias.
Gracias por hacernos ver lo esencial en un mundo que vive apurado.
Gracias por recordarnos que el barrio no es un lugar: es una forma de quererse.
Gracias por regalarnos una postal de lo que fuimos para que no olvidemos lo que todavía podemos ser.

Este es mi humilde homenaje para vos, Martita. Por tu voz, tu historia y tu memoria.
Y para todos los vecinos: que esta Navidad nos encuentre con lo que realmente importa.
La gente que queremos.
Nuestro barrio.
Nuestros afectos.
Nuestras esperanzas.

Feliz Navidad para todos.
Nos seguimos encontrando, como siempre, en La Voz del Vecino.

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