Aunque hoy el Municipio de Avellaneda ni la nombre, y muchas chicas jóvenes quizá ya ni sepan quién fue, hubo una época —fines de los 70, toda la década del 80 y parte de los 90— en la que una figura recorría Villa Domínico, Villa Corina y cada rincón de nuestra ciudad repartiendo ayuda, cariño y presencia: Luly, enfermera, peluquera, militante, vecina y refugio para todo aquel que necesitara una mano.

Y vale aclararlo para la historia, porque así era la realidad de esos tiempos: en su DNI de aquellos años figuraba con el nombre legal “Héctor Baldini Cipriano”, ya que el Estado no reconocía identidades trans ni permitía rectificaciones registrales como hoy. La llamaban Luly, la conocían como Luly, y Luly fue siempre quien fue. El documento solo reflejaba la violencia burocrática de otra época.

Porque Luly no era “una más”. Luly era de esas personas que se hacían ver sin querer llamar la atención: desfilando en las comparsas, luciendo trajes impecables, siempre colaborativa, siempre empática. Peinaba gratis para los 15, los casamientos o los cumpleaños, con la misma delicadeza con la que aplicaba una inyección a las tres de la mañana con lluvia o con frío, sin preguntar nada, sin cobrar un peso.

Ese era su código: ayudar, acompañar, estar.

LOS AÑOS DE MILITANCIA Y EL PERONISMO DE BARRIO

En su juventud, Luly empezó a caminar la militancia peronista de Avellaneda. Se hizo íntima de la familia del recordado Herminio Iglesias, y más adelante se acercó a quien terminaría siendo intendente: Baldomero “Cacho” Álvarez.

Y ahí fue clave. Porque Luly era querida en serio por la gente de Domínico y Corina. No era militancia de comité: eran favores reales, asistencia concreta, presencia en los barrios. Llevaba y traía vecinos para trámites, acompañaba a los mayores, peinaba novias, aplicaba medicación, escuchaba historias, contenía a quienes no tenían a nadie.

Cuando Cacho Álvarez ganó las elecciones, Luly entró en la lista de concejales. Pero renunció al cargo. ¿La explicación?

“Yo soy del pueblo. Me debo a la gente humilde. Puedo ayudar más desde el hospital que desde el Concejo Deliberante”.

Y cumplió su palabra. Pidió un puesto de enfermera en el Hospital de Wilde y trabajó hasta su último día.

UNA MADRE DEL CORAZÓN PARA MUCHAS CHICAS TRANS

Luly también fue refugio en tiempos en que nadie acompañaba. Varias chicas trans de la zona —abandonadas, perseguidas, invisibilizadas— encontraron en ella una madre del corazón. Las guiaba, las cuidaba, les hablaba, las contenía.

En una época durísima, Luly fue sostén sin pedir nada a cambio. Y sin hacer alarde.

LA LEY 8031 Y LA PERSECUCIÓN INJUSTA

A Luly le tocó vivir la peor cara del sistema.
La famosa Ley 8031, artículo 68, usada para detener “presuntas” situaciones de prostitución, terminó metiéndola presa varias veces.

Pero Luly no ejercía la prostitución. Así y todo, la llevaban igual.

Y tampoco era sumisa: más de una vez hubo que ir a sacarla con abogado de la comisaría de Sarandí o de la 5ª de Quilmes, donde incluso rompió vidrios y máquinas de escribir por la bronca de la injusticia.

Con el tiempo, los policías ya sabían: Luly era Luly. Y dejaron de llevarla.

LA CAJA DEL PAN, ALFONSÍN Y LA LUCHA SOCIAL

En los 80, en pleno gobierno de Alfonsín, pelear por la famosa Caja del Pan era un acto de militancia social. Luly estaba ahí también. Nunca pidió nada para ella. Nunca fue a golpear una puerta para beneficio propio. Era ayuda, ayuda y más ayuda.

EL OLVIDO OFICIAL Y LO QUE FALTA HACER

Hoy, desde el colectivo LGTB de zona sur, recuerdan su nombre ante la futura designación de calles conmemorativas en el barrio La Saladita de Sarandí.

Pero surge una pregunta obvia:
¿Y Villa Corina? ¿Dónde está el reconocimiento a Luly?

Porque si hay alguien que dejó una huella profunda en Corina y Domínico, fue ella. Y si el intendente Ferraresi heredó la estructura política de Cacho Álvarez, también heredó la responsabilidad de recordar a quienes aportaron desde abajo, sin flashes, sin contratos y sin pedir nada.

Luly trabajó hasta el último día con un modesto sueldo de enfermera, completando ingresos con changas de peluquería. Nunca logró un reconocimiento formal del municipio. Nunca tuvo un homenaje. Nunca una placa, una calle, un salón, un agradecimiento institucional.

SU ÚLTIMA BATALLA — Y EL HOMBRE QUE NO LA SOLTÓ

Cuando la enfermedad la golpeó fuerte, estuvo ahí Ramón, nacido en Corrientes, conocido en el barrio por su apodo de toda la vida: “Moncholo”.
Un tipo noble, laburante, gay, querido en Domínico y Wilde. Moncholo se jubiló en La Vascongada, donde trabajó años, y así como cumplió con el laburo, cumplió con Luly hasta el último día.

Fue él quien la acompañó, la lavó, la cuidó, la sostuvo, como ella había sostenido a tantos durante tantos años.

NO NOS OLVIDEMOS DE LULY

En una ciudad que a veces elige olvidarse de los que hicieron el trabajo silencioso, las vecinas y vecinos de Domínico, Corina y Wilde la recuerdan cada vez que cuentan historias de solidaridad verdadera.

Porque Luly no necesitó un cargo para hacer política.
No necesitó un sueldo para dar una mano.
No necesitó un homenaje para ser importante.

Luly fue pueblo. Fue barrio. Fue ayuda. Fue amor.
Y Avellaneda le debe un reconocimiento.

No nos olvidemos de Luly.
El pueblo no la olvidó. Y no la va a olvidar.

Agradecemos a los vecinos de Villa Corina y Sarandi por el aporte de datos

A George Hernandez de la pagina de Instagram “Entre Plumas y estrellas” por las fotos y material.

link https://www.instagram.com/entre.plumas.y.estrellas.avell/

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