En tiempos en que todo parece descartable y lo importado gana terreno, Oscar Ayala, relojero de toda la vida, instalado en Av. Centenario Uruguayo 341, Villa Domínico, mantiene encendida la pasión por un oficio que ya casi no tiene escuela. Entre anécdotas de clientes, críticas al consumo de lo “chino” y la defensa de la relojería suiza y alemana, reflexiona sobre el presente y el futuro de un trabajo que lo acompaña desde hace más de cuatro décadas.

Una vida entre engranajes
Oscar nació en La Boca, en el barrio Catalina. Con el tiempo se mudó a Avellaneda, donde formó su familia y abrió su taller. Hoy, con 67 años, sigue al frente de la relojería con la misma pasión de siempre. “Es un trabajo apasionante. Vivo en mi casa, trabajo en mi casa y vi crecer a mis hijos con este oficio. Eso no tiene precio”, asegura.
Aprendió el arte en la Escuela Suiza de Relojería, en la calle Sarmiento al 1100, donde el método era simple y desafiante: “El profesor te daba un reloj y te decía ‘desarmalo’. Uno tenía que pensar cómo hacerlo sin romperlo. Esa era la mejor manera de aprender”, recuerda.
El presente del mercado
“La venta está complicada, pero se mueve mucho por internet. La gente consume relojes chinos, que tienen poca vida útil. El suizo o el alemán, en cambio, fueron hechos para toda la vida”, afirma.
Como regalo, asegura, los relojes siguen vigentes: “Para el Día del Padre, para el novio, siempre se eligen. Las marcas más buscadas son Casio, Seiko, Citizen y Orient. Con 40, 50 mil pesos tenés un buen reloj con garantía”.
Acero sí, dorado no
Marcelo no recomienda relojes dorados:
“El dorado siempre tiene falla, es un baño de metal. En cambio, el acero pesado cuanto más lo usás, más brillo levanta. Además, por seguridad, la gente dejó de usar cadenas y piezas muy llamativas”.
Sobre los “nuevos ricos”
Entre risas, cuenta una anécdota:
“Si mañana me cae Elian, el Elegante, en limusina a comprar relojes, le vendo, no tengo problema. Pero le digo: ‘Tranquilo, quiero que sepas lo que estás comprando’. No sirve tener un Rolex si no entendés qué tenés en la muñeca”.
Vintage y clásicos
La moda actual va hacia lo retro. “El hombre busca lo clásico. Los relojes automáticos y los vintage están de moda. Movado, por ejemplo, es un suizo que ronda los 150 a 200 dólares. El Rolex 1500 es un clásico, el Mercedes de la relojería”, explica.
Oficio en extinción
Oscar es claro: “Hace 40 años que no hay escuela de relojería. Los pibes hoy no quieren aprender si no les pagan. Y es un error: un oficio es inversión. Yo empecé armando pernos que apenas me alcanzaban para comer, pero me sacó adelante y le dio estudio a mis hijos”.
Honestidad y repuestos
“La relojería es como la mecánica: algunos sacan piezas de un reloj para poner en otro. Yo no hago eso. Siempre pongo originales. Las mentiras en este oficio tienen patas cortas”, asegura.
Servicios y horarios
En su local de Centenario 341 (entre Rivadavia y Gargiulo), abre de lunes a sábado de 9 a 13:30. “A la tarde me dedico al taller. Lo fuerte mío es el servicio: cambio de pilas, reparaciones, relojes clásicos, modernos, cronógrafos. Si quieren un modelo especial, consigo a través de importadores”, cuenta.
Filosofía del tiempo
Más allá del oficio, Oscar transmite una forma de vida:
“Yo no soy esclavo del tiempo, al contrario: soy libre. Trabajo relajado. Si algo no sale, lo dejo, voy a la plaza, despejo la cabeza y después lo termino. La relojería me enseñó paciencia”.
Recuerda siempre una frase que leyó de chico en la Plaza Alsina:
“Es la hora de hacer el bien”.
“¿Y quién te da la hora? El relojero”, dice entre sonrisas.
El valor de lo clásico
“Siempre habrá relojes. Podrán cambiar las modas, aparecer lo digital o los smartwatches, pero el clásico va a seguir. Como el libro en papel o el diario con café con leche. Son placeres que no se reemplazan”, concluye.