María Delia vive en la calle 173 al 2460, entre Neuquén y Verdi, en Bernal oeste. Hace 34 años que está en el barrio y 16 que reclama por una obra de asfalto que nunca llega. Su testimonio, cargado de bronca y resignación, expone una realidad que se repite en los márgenes del conurbano: calles intransitables, cloacas colapsadas, promesas incumplidas y una sensación de abandono que crece con cada lluvia.
“Cuando llueve, llueve y se inunda. El agua servida entra al patio, a veces a la pieza. Tengo que limpiar con lavandina a la mañana. Es un asco”, cuenta María. La zanja está tapada, la calle es un desastre y los vecinos tuvieron que rellenar con cascotes para poder pasar. “Esto es tierra de nadie. Acá no viene nadie, ni la intendenta ni los funcionarios. Se lavan las manos todos”.
La zona está en el límite entre Avellaneda y Quilmes, y eso, según María, agrava el problema. “No soy de aquí ni soy de allá. Cuando hay que hacerse cargo, nadie lo hace. Mayra Mendoza nunca vino, nunca se acercó. Prometieron en campaña, pero nunca más aparecieron”.
María es diabética, tiene problemas de columna y presión alta. Vive en una casa que se inunda cada vez que llueve. “Soy persona de riesgo. Y encima el agua de la cloaca rebalsa en la esquina. Nadie hace nada. Ni el municipio, ni provincia, ni nadie”.
La indignación se mezcla con desesperanza. “Yo no voy a votar. Son todos iguales. Prometen y no cumplen. Acá estamos solos, abandonados. Cada día está peor. Que dejen de dar planes y hagan las calles. Que vengan con cámaras y vean cómo vivimos”.
El reclamo de María no es aislado. En su barrio, muchos vecinos enfrentan los mismos problemas. “Acá pasa de todo. Violencia, drogas, baja tensión, palos de luz que se caen. Nadie se acerca ni a preguntar. Vivimos a la buena de Dios”.
Mientras la política discute en Naciones Unidas sobre desarrollo humano y acceso al agua, en Bernal oeste el agua servida entra por la puerta. “Me gustaría que Mayra Mendoza venga, que dé la cara. Que hable con los vecinos. No le van a hacer nada, solo quieren una solución”.
La historia de María es la de miles que viven en los márgenes del conurbano, donde el Estado parece ausente y la política, lejana. Su voz, entre la bronca y la esperanza, exige algo tan básico como vivir con dignidad. Y frente a la indiferencia, su decisión es clara: “No voy a votar. Porque ya no creo en nadie”.