Una campeona que peleó mucho más que títulos
El fallecimiento de Alejandra “Locomotora” Oliveras no fue solo una pérdida para el mundo del boxeo. Fue el cierre de una vida que desafió los márgenes del deporte, del dolor y de la indiferencia institucional. Su legado, hoy, se sostiene en historias como la de Martín Irrazábal, un vecino de Avellaneda que sabe lo que es pelear con todo —y sin nada. En diálogo con En La Mira, revivió encuentros íntimos, charlas espirituales, entrenamientos compartidos y una indignación profunda por el abandono que sufrió Oliveras.

Una vida partida por el dolor, y reconstruida por la fe
Martín tuvo un accidente devastador en el año 2000. Un rayo eléctrico le atravesó el cuerpo por la espalda, le explotó las piernas y lo dejó clínicamente muerto durante más de dos semanas. Ceguera, sordera, amputaciones, operaciones múltiples. “Los médicos decían ‘estamos esperando que el corazón deje de latir’. Mi familia ya se despedía”, contó entre pausas. Pero despertó. Y desde ese día, reconstruyó su vida con una historia espiritual potente: “Me encontré con Dios. La gente me abrazó, oró, me acompañó. Y volví.”

Alejandra, sin títulos pero con gloria barrial
El vínculo con Locomotora nació en el gimnasio. Martín relata que “no sólo entrenábamos, charlábamos de Dios, de la calle. Ella me motivaba puteándome. Te levantaba la autoestima. Te enseñaba a pelear por adentro, por lo que no se ve.” Entre risas y lágrimas, mostró los guantes dorados que ella le regaló, con la firma que conserva como símbolo de un legado que no se mide en medallas. “En el país del ninguneo, ella daba sin mostrar. Sacaba plata de su bolso para ayudar a otros. Tenía que ser millonaria. Terminó pechando para sobrevivir.”

Un Estado ausente, y la bronca que no se entrena
Martín disparó con precisión contra el sistema que ignoró a Oliveras. “Nunca la recibió ningún presidente. Milei, Cristina, Macri, ninguno. Ahora aparecen todos, a levantar plazas con su nombre. Me da asco. Es puro refrito.” También contó que intentó interceder desde el deporte adaptado, sin apoyo institucional: “Fuimos al Cenard, armamos tenis para chicos sin brazos, sin piernas. Nadie nos dio pelota. Buscan la foto, el cargo, el sobre.” Para Irrazábal, la política hace silencio cuando debería hacer justicia.

La discapacidad como otro ring: burocracia, desprecio y lucha diaria
Además de entrenar chicos, Martín se involucró en la función pública. Desde ANSES, ayudó a gestionar pensiones y certificados de discapacidad para personas desamparadas. Recordó cómo tuvo que filmar a un niño con parálisis total para que lo atendieran. “Llamé como loco a la directora de ANDIS. Me puse firme, sin miedo. Le dije que si no le daban la pensión, iba a hacer un escándalo. Y lo logramos. ¿Por qué hay que mostrar el dolor para que te crean?” También denunció discriminación en colectivos, donde lo acusaban de fingir su condición. “Mostré las gambas amputadas. El chofer se fue suspendido.”

La política local y la decepción con la “nueva” dirigencia
Sobre Avellaneda, Martín opinó sin vueltas: “No soy ferrarresista, pero en comparación con lo que hay, Jorge hizo cosas buenas. Las plazas están lindas. Hay que reconocer.” Cuestionó duramente a los concejales de La Libertad Avanza: “¿Qué hicieron por el vecino? Nada. Prometieron y traicionaron. Se llenaron las listas con relleno peronista. Están todos vendidos.” Llamó a los militantes jóvenes a “despertar”: “Lo que votan no es nuevo. Es lo mismo, con otro disfraz.”

El verdadero legado de Locomotora
Para cerrar, Martín dejó una reflexión potente: “No es que ahora la elogio porque no está. Para mí era la mejor. Famosa, campeona, reconocida. Pero lo mejor que tenía era su fuerza emocional. No necesitaba darte una pastilla, te daba fe. Te miraba y te decía: ‘Dale, boludo, levantate. Vos podés.’ Hoy me pongo sus guantes dorados para entrenar a mis hijos. No para que ganen títulos. Para que sepan defenderse de esta sociedad que muchas veces nos boxea sin razón.”

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