En el momento más hostil del aislamiento, cuando el encierro se volvió rutina y el miedo era la única certeza, una vecina de Sarandí decidió abrir una puerta donde todo parecía cerrado. Su nombre es Noelia Burgos, profesora de educación física, madre de dos hijos, trabajadora comunitaria. Lo que empezó como clases virtuales sin micrófono ni cámara profesional, terminó como una red de cuidado emocional que conectó a cientos de personas del sur del conurbano bonaerense y más allá.
Durante la pandemia, Noe —como la conocen sus alumnas— perdió sus fuentes de ingreso y enfrentó el duelo por la muerte de su padre, Juan Carlos. Sin embargo, no se replegó. Desde su patio y con recursos caseros, lanzó clases gratuitas a través de transmisiones en vivo que llegaron a más de 300.000 personas. Movió cuerpos, pero sobre todo sostuvo emociones. “A veces una rutina de abdominales es sólo eso; otras veces, es lo único que evita que alguien se caiga”, cuenta hoy, desde su gimnasio en Wilde.
Noelia no vendía planes fitness ni suplementos nutricionales. Regalaba humanidad. Corregía posturas desde una pantalla, ofrecía consejos sin pretensiones, y contenía silencios que nadie sabía cómo llenar. La llaman “sargento del ánimo”, y también amiga, terapeuta improvisada, compañera de duelo.
Marcelo Brunwald, periodista local que la convocó en medio del operativo de emergencia, no duda: “Ella salvó vidas. Aunque no lo sepa.”
Hoy Noe dirige un gimnasio propio, ofrece spinning, zumba, GAP, step y actividades intergeneracionales. Y organiza eventos comunitarios como la bicicleteada de este domingo a las 9 de la mañana, que conecta Wilde con Costanera Sur. Sin fines comerciales, sin inscripción previa, sólo con ganas de compartir.
La historia de Noelia Burgos no es solo la de una profesora que resistió. Es la de una red que nació del afecto y se sostuvo en el compromiso barrial. Porque en tiempos de incertidumbre, entrenar el cuerpo fue entrenar la esperanza.