El Licenciado Gustavo Damián González compartió durante años charlas íntimas en la chacra de Pepe Mujica, quien lo recibía con apenas tres sillas y una mirada profunda hacia el futuro. Ese vínculo, nacido de la política pero nutrido por lo humano, inspiró la creación de la primera plaza en el mundo con su nombre, en Berazategui. Mujica, el presidente austero que pedía apagar el grabador para hablar desde el corazón, encontró así un lugar donde su legado puede seguir sembrando conciencia.

Cuando el Licenciado Gustavo Damián González se acercó a Mujica durante un acto en Canelones, jamás imaginó que ese gesto informal, casi espontáneo, marcaría el inicio de una relación íntima y constante. “Vénganse mañana a casa a las ocho. Tengo sólo tres sillas”, respondió el expresidente uruguayo. Desde ese día, González lo visitó religiosamente tres veces por año en su chacra, en un vínculo que trascendió lo político para transformarse en aprendizaje de vida.

Allí, mientras Lucía Topolansky cocinaba para los invitados como si fueran de la familia, Mujica pedía que se apagaran los grabadores. “Esto que voy a decir, no lo dije nunca”, advertía, consciente de que aún en la intimidad, sus palabras tenían eco internacional. “Nos tiraba la pelota tres veces más adelante”, recuerda González. “Era como ir con tres preguntas y volver con veinte respuestas que te obligaban a pensar en profundidad.”

Mujica no tenía microondas, ni comodidades visibles, pero sí una inteligencia superlativa, una visión ética del poder y una formación humana imposible de encasillar en títulos académicos. Doce años preso, sin poder leer un libro, lo llevaron a repensarse como ser humano. “Muchos hablan de sus tres años de lucha armada, pero ignoran los siguientes sesenta, en los que promovió la paz, la justicia social y el respeto a la naturaleza desde lo más humano”, reflexionó el politólogo.

El último gesto de González hacia ese legado fue impulsar un homenaje que ya forma parte de la historia: la creación en Berazategui de la primera plaza del mundo que lleva el nombre de Pepe Mujica. No sustituyó ningún nombre, sino que resignificó uno: la Plaza de la Paz. “No soy amigo de cambiar nombres”, aclaró. “Pero esa plaza ya hablaba de paz, y ahora habla también de un hombre que hizo de la paz su causa y de la austeridad su bandera.”

La propuesta fue aprobada por unanimidad en el Concejo Deliberante de Berazategui, con votos del peronismo, del PRO y de La Libertad Avanza. “Pepe logró eso: trascender fronteras ideológicas. Cuando hablaba, lo hacía desde lo humano. Desde el corazón”, sintetiza González.

La plaza no es sólo un homenaje. Es un mensaje para el futuro. “Dentro de cincuenta años alguien va a pasar, va a ver el nombre y se va a preguntar: ¿quién fue este tipo que vivía con tres sillas y tenía lugar para todos?” Y quizá, gracias a esa pregunta, comience a entender qué significa haber sido un verdadero referente ético en América Latina.

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