En cada rincón de Avellaneda y la zona sur, hay historias que no salen en los diarios pero que construyen la verdadera identidad de un barrio. El vecino es mucho más que quien vive al lado; es el que abre la puerta cuando hace falta, el que comparte un mate en la vereda, el que está cuando las papas queman.

Llevo más de 20 años recorriendo estos barrios, conociendo a sus vecinos, a sus hijos, sus luchas y sus sueños. He visto cómo la solidaridad se hace presente en los momentos más difíciles: cuando falta el trabajo, cuando la salud aprieta, cuando el fin de mes se hace eterno. Y ahí está el vecino, con un paquete de fideos, con un poco de yerba, con una palabra de aliento.

Hay noches en las que el teléfono suena a las 3 de la mañana porque alguien necesita ayuda urgente. Hay días en los que un pibe del barrio sueña con ser futbolista y necesita que alguien lo escuche. Hay tardes en las que un vecino solo quiere compañía, un café y el silencio compartido.

El barrio no es solo calles y casas, es la gente que lo habita. Es la red invisible que sostiene la identidad, el calor humano que hace que todo valga la pena. Porque la verdadera riqueza de un barrio no está en sus construcciones, sino en la solidaridad de su gente.

Hoy, en el Día del Vecino, celebramos a todos los que hacen de cada cuadra un hogar, de cada esquina un punto de encuentro, de cada gesto una muestra de humanidad. Porque sin vecinos, no hay barrio.

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Por Marcelo Brúnwald

Director Multimedio En La Mira / ImpactoSur

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